Si tienes hijos o te relacionas con niños te va a sonar el método de los premios y recompensas, es decir, la economía de fichas. Es un método que se ha usado durante mucho tiempo y, de hecho, se sigue usando incluso recomendado por personal educativo cualificado. A simple vista, parece una herramienta inofensiva, no es muy complicada de aplicar e incluso es efectiva a corto plazo.
Para aplicarla, hay que llegar a acuerdos con tus hijos, establecer el patrón de premios y recompensas. De esta forma, te pongo un ejemplo; acordáis que cada día que haga los deberes le darás un punto y que cuando consiga una cantidad de puntos determinada, conseguirá un premio o una recompensa como ir al cine, un videojuego, un juguete o lo que le interese más a tu hijo.
Otra forma muy sencilla y efectiva a corto plazo de intentar que “hagan lo que tú quieres” es la de las recompensas a secas;
«si te comes las verduras, te daré un helado»
«si te portas bien, te compraré un cochecito»
«si recoges los juguetes te pondré dibujitos»
«si apruebas nos iremos de viaje»
Supongo que este ejemplo te suena más, nos es muy familiar y es algo que todos hemos hecho alguna vez.
Sin embargo, quiero analizar a fondo esta herramienta, tanto la economía de fichas, como las recompensas (ambas tienen la misma base) y para ello me voy a hacer la siguiente pregunta:
¿Qué aprenden nuestros hijos con ella?
- Cuando hago lo que me piden, me dan un premio. Es decir, si complazco a los demás recibo una recompensa. El locus de control es externo, no es algo que el niño quiera hacer, o que entienda que es bueno para él o para ella, sino que lo hace para recibir algo, lo hace a cambio de algo.
- Lo segundo que aprende es que, si no lo hago, me castigan porque me dejan sin lo que me gusta, ¿verdad? Se trata del «castigo negativo» (retirada de un estímulo deseado), nos lo presentaron en primero de psicología cuando estudiábamos el comportamiento de las ratas de laboratorio. Dicho así, parece feo, pero es que, realmente es feo.
- Y lo tercero que pueden aprender es que si hago lo que me piden soy bueno y si no lo hago, soy malo.
Analizándolo desde este punto de vista, no parece tan buena idea empezar una economía de fichas en casa, ¿verdad? pero, si no hago esto, ¿cómo motivo a los niños para que hagan lo que es debido y lo que tienen que hacer?, o dicho de otra forma ¿cómo lo hago para que haga lo que yo quiero que haga?
Pues la clave es sencilla y muy complicada a la vez; no puedes obligar a tu hijo a hacer lo que tú quieres que haga, cuando tú quieres que lo haga.
Pero sí puedes establecer unas normas y límites claros con firmeza y amabilidad, inculcarle valores como el sentido de pertenencia y de contribución, hacerles sentir que son importantes, capaces y útiles. Tienes muchísimas oportunidades cada día para hacerlo, sólo hace falta cambiar el chip y saber aprovechar estas oportunidades. Todo ello, hace que el locus de control sea interno y hará mucho más probable que hagan lo que es debido (la mayor parte de las veces) y le estarás enseñando habilidades básicas para la vida como la autorregulación, autodisciplina, aumentarás su autoestima y la confianza en sí mismo. Es decir, pondrás el foco de la educación de tus hijos en el largo plazo.
¿Qué significa esto? ¿No se puede premiar nunca a los niños? ¿Si pactamos una recompensa por sacar buenas notas a final de curso le estoy haciendo daño?
No, no significa esto, todo con mesura y sentido común. Significa que es mucho más saludable para el bienestar psicológico de nuestros hijos que tengan la percepción y la certeza de que las cosas pasan por sus propias acciones; por ser responsable, habilidoso, porque se ha esforzado, porque sabe que es importante para su familia…. y no porque quiere conseguir algo, o quiere que alguien esté contento, satisfecho, o para evitar un castigo. Por ejemplo, es mejor que ponga la mesa porque sabe que pertenece a la familia y que cada uno tiene una función y es importante, que porque tiene que conseguir puntos para que le compren otro cochecito. Si la base de su educación tiene un locus de control interno, no será perjudicial para él o para ella que, de vez en cuando se le premie. Ya se sabe que, ¡a nadie le amarga un dulce!
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